viernes, 8 de junio de 2007

"Hipócrita, sencillamente hipócrita..." Todas las familias felices, de Carlos Fuentes.


La madre. Elvira Morales cantaba boleros. Allí la conoció Pastor Pagán, en un cabaret de medio pelo cerca del Monumento a la Madre , en la Avenida Villalongín. Desde jovencita, Elvira cantó boleros en su casa, al bañarse, al ayudar en la limpieza y antes de dormirse. Las canciones eran su plegaria. La ayudaban a soportar la vida triste de una hija sin padre y con una madre desolada. Nadie la ayudó. Se hizo sola, sola llegó a pedir trabajo a un cabaret de Rosales, fue aceptada, gustó, luego mejoró de barrio y comenzó a creerse todo lo que cantaba. El bolero no es bueno con las mujeres. A la hembra la trata de «hipócrita, sencillamente hipócrita» y añade: «perversa, te burlaste de mí». Elvira Morales, para darle convicción a sus canciones, asumía la culpa de las letras, se preguntaba si en verdad su savia fatal emponzoñaba a los hombres y si su sexo era la hiedra del mal. Ella se tomó muy en serio las letras de los boleros. Por eso entusiasmaba, convencía y provocaba aplausos noche tras noche a la luz blanca de los reflectores que por fortuna oscurecían los rostros de los asistentes. El público era la cara oscura de la luna y Elvira Morales podía entregarse a ciegas a las pasiones que pronunciaba, convencida de que eran ciertas y de que, siendo ella en la canción una «aventurera», no lo sería en la vida real. Al contrario, daría a entender que vendería caro, carísimo, su amor y que aquel que de su boca la miel quisiera, pagaría con brillantes su pecado... Elvira Morales podía entonar melódica la ruindad de su destino, pero fuera de la escena guardaba celosamente su «admirable primavera» (rima con «aventurera»). Después del show, jamás se mezclaba con los asistentes. Regresaba a su camerino, se vestía y volvía a casa, donde la esperaba su desdichada madre. Las solicitudes de los parroquianos —una copa, un bailecito, un poquito de amor— eran rechazadas, las flores tiradas a la basura, los regalitos devueltos. Y es que Elvira Morales, en todos sentidos, tomaba en serio lo que cantaba. Conocía por el bolero los peligros de la vida: mentira, cansancio y miseria. Pero la letra la autorizaba a creer, a creer de verdad, que «un cariño verdadero, sin mentiras ni maldad» se puede encontrar cuando «el amor es sincero».

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